La alegría de la fe

Arraigados y edificados en Cristo

Ayer, día 20 de agosto de 2011, sentí en lo más profundo de mi corazón la alegría de ser cristiano y la llama de mi fe en aumento, tras contemplar todos los actos de Benedicto XVI: la misa a los seminaristas en la Catedral de La Almudena, la visita a los discapacitados en la institución San José de los Hnos. de San Juan de Dios y la Vigilia / Adoración al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, junto a 2 millones de jóvenes procedentes de todo el mundo. Reviví mi infancia, también hoy día 21, en la misa multitudinaria del Papa en Cuatro Vientos al escuchar sus palabras y la interpretación de los cánticos religiosos en latín que me han trasladado en el tiempo: su belleza, su extraordinaria calidad musical. Con toda seguridad: he estado compartiendo lo mismo con millones de cristianos de todo el mundo.

Esa emoción, ese sentimiento espiritual, una vez más fue empañado ayer por la mañana al leer en EL PAÍS a Juan G. Bedoya, quien como de costumbre, en su ANÁLISIS, realizaba una crítica negativa tanto del Papa Benedicto XVI como de otros Papas. Ya de madrugada, de nuevo como en la anterior entrada de mi blog, pienso en no rebatir el contenido de su artículo: Persistencia de «pestilentes errores», pero no conseguí hacerlo y no me queda más remedio que matizarlos e incluso entrar en su juego.

Sus «repetitivas» y «negativas» opiniones sobre el Pontífice (quiero ser delicado y respetuoso en mis precisiones y no caer en su mismo error de catalogarlas de «pestilentes») son un intento de confundir a los lectores, manipular la verdad, tergiversarla; demuestran poca ecuanimidad: nada tienen que ver sus disquisiciones sobre libertad religiosa y la frase de Benedicto XVI, «Gracias al cristianismo, Europa ha sabido afirmar la autonomía de los campos espiritual y temporal y abrirse al principio de la libertad de conciencia»; pertenecen al pasado y nada tienen que ver con el Papa Benedicto XVI, intelectual y teólogo de reconocido prestigio universal. Matizables, asimismo, son sus afirmaciones: «… pese al pontificado romano, intolerante durante siglos, enemigo de gobiernos democráticos y plácido entre dictadores»; se refiere, asimismo, a discrepancias entre Papas sobre el origen de la libertad religiosa remontándose a discursos de 23 de mayo de 1963 del Concilio Vaticano II, aseverando que dos prelados españoles llegaron a las manos cuando se produjo la Declaración sobre Libertad Religiosa.

Esa poca o nula ecuanimidad es reiterativa en la inmensa mayoría de manifestaciones críticas que rozan el odio hacia la Iglesia y el cristianismo: se refieren al apoyo a determinadas formas de gobierno (siempre personajes y dictaduras de derechas), nacional-catolicismo, rosario de despropósitos e intolerancia contra la modernidad; pero jamás citan a los fascismos o dictaduras de izquierda, formas totalitarias de gobierno, no democráticas, responsables de los mayores genocidios en el siglo pasado y de las más grandes persecuciones religiosas:  leáse, en Rusia o Camboya donde millones de personas fueron eliminadas. ¿Qué clase de gobiernos democráticos eran?, ¿libertad religiosa?; por el contrario, ¿le parece a esos críticos poca o ninguna libertad religiosa la presencia de más de dos millones de cristianos -demócratas o no- en Cuatro Vientos, procedentes de todas las partes de la Tierra, cuando la manifiestan sin opresión alguna en torno a Jesús y su Cabeza visible  en la Tierra? ¡Un poco de seriedad y ecuanimidad en sus críticas y menos sectarismo en una única dirección! Justa y determinadamente, con precisión, Benedicto XVI ha denunciado, por enésima vez, ante las multitudes de la JMJ 2011 el relativismo galopante e imperante que desprecia la búsqueda de la verdad.

A este respecto, redundando en la anterior matización,  hay que citar y destacar el extraordinario artículo de opinión «Orgullo Gay y orgullo católico», de Enrique Arias Vela, publicado también ayer en UH (Última Hora) de Palma de Mallorca; concluye: es una burda y no acertada comparación y manipulación el utilizar el término «orgullo». Entresacaré varios de sus párrafos: «… y es que su odio no es ni siguiera a los enemigos de los derechos humanos sino a la fe católica». «Si el acto confesional multitudinario hubiese sido islámico, por ej., se habrían cuidado muy mucho de oponerse a él». «Tampoco nuestro gobierno, tan respetuoso con la marcha anti-Papa, habría permitido algo similar para protestar ante el rezo colectivo del Ramadán, pongo por caso».

No obstante, pido disculpas y perdón si alguien se ha sentido ofendido con mis precisiones. Seguro que las he redactado porque creo no tener miedo alguno a dar testimonio de mi fe, en consonancia con las palabras del Papa Benedicto XVI: «El mundo necesita el testimonio de vuestra fe», «Dios es esencial para la vida», «No os dejéis intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a Dios», y añado rebosante de alegría, siempre de acuerdo con la cita del cardenal Bertone: «Las cuentas del hombre sin Dios no cuadran». ¡Alegría inmensa de la familia cristiana, de la multitud de jóvenes de la JMJ 2011!, también la de este «joven», casi sesentón («vieji» en cariñoso apelativo de mi hija Ana) quien se queda para siempre con las palabras del Papa: «Conservad la llama de vuestra fe que Dios ha encendido en vuestros corazones». ¡Gracias, Su Santidad!